Él también menciona el rechazo por estudiar los finales, incluso menciona a ex campeón soviético que le aconsejó no estudiarlos ya que los que se producen más a menudo no son los que están codificados en los libros dedicados a ellos. Pero Mihail Marín no aconseja seguir ese camino y llama en su apoyo a Capablanca; el gran campeón cubano para quién analizar finales mejoraba sustancialmente la comprensión del juego ciencia.
Marín establece un paralelo singular que resulta muy sugerente ¿si conociéramos como transcurrirá el final de nuestra vida ¿no viviríamos mejor orientados? Dejando de lado el aspecto del temor a la muerte, probablemente sí. “El conocimiento del final puede ayudarle a uno a tener confianza durante el medio juego, y aportarle pistas acerca de qué dirección elegir en los momentos críticos. Esto podrá tener una influencia decisiva incluso si el final no llega a producirse, aunque en tales casos se trata más bien de una influencia potencial.” (Pág.162, ibidem)
Además, una vez superada la sensación de extrañeza al tener tan pocas piezas en el tablero, uno se va acostumbrando a apreciar la claridad y las combinaciones que surgen de esa misma falta de densidad poblacional. Quizá con el tiempo, podamos llegar a concordar con el autor del libro citado, cuando nos suelta: “…considero el estudio de finales una forma superior de cultura. Supongamos que tengo una o dos horas libres; puedo leer un libro o simplemente ver la televisión. Le aseguro que ninguna de estas populares actividades me ha reportado tanto placer intelectual que, por ejemplo, al estudiar los libros de finales de Averbaj.” (pag. 163)
Así, a bote pronto, cuesta aceptar una afirmación tan rotunda como la que desarrolla nuestro G.M., pero nunca se sabe… los caminos del Señor son inexplicables.
Nota: la imágen se corresponde a la situación dada en la partida Botvinnik-Euwe, Groninga 1946. (juegan blancas). La partida termina en tablas. (pag. 163-164, del libro citado)
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