En el siglo XIX, podríamos llamar la época romántica del ajedrez, atacar estaba asociado a la valentía, y ésta, claro está, al honor. Por lo tanto el jugador que podríamos llamar “posicional” de estilo pausado y desarrollo sólido, no era bien considerado. Una sonrisa benevolente podía, en muchos casos, esconder un juicio moral de cobardía o de falta de hombría. Es curioso, pero no tanto si observáramos también la sociedad europea donde el ajedrez se desarrolló; una sociedad con el mismo estilo, “tirada pa’lante” y con ejércitos, como el francés o el prusiano que cultivaban la estrategia del ataque a outrance, siempre adelante, nunca hacia atrás.
El ajedrez es, según algunos, el reflejo abstracto de la sociedad y sus condiciones incluyendo las espirituales (léase, por ejemplo, los libros de Gary Kasparov, “Mis geniales predecesores”); personalmente considero que es difícil escapar de la sociedad, sus modas y sus fobias, y que por lo tanto un juego complejo, de gran riqueza conceptual y de infinitas combinaciones, como el ajedrez, tampoco puede escapar de donde medra.
Cuando tuve en mis manos el libro del GM Mihail Marin (“Secretos de la defensa en ajedrez”) y me detuve en el primer capítulo, al ver como lo titulaba: “El noble arte de la defensa” no pude menos que pensar que estábamos de acuerdo desde el mismísimo principio.
Por suerte, para el ajedrez, como escribe Marin “los cambios de actitud durante el Siglo XX se reflejaron de forma positiva en el ajedrez. La gente se volvió tremendamente pragmática en la vida cotidiana, dejando a un lado sus sueños heroicos o utópicos. En ajedrez, esto permitió a los jugadores evaluar las posiciones con mayor objetividad.”
Y aquí tenemos un hombre que fue adelantado en su época, a tal punto que aunque se reconociese su maestría no se le entendía en el mensaje profundo que lanzaba sobre la estrategia: Wilhelm Steinitz, Campeón del mundo 1886-1894. Steinitz estudió el ajedrez en forma diferente a otros GM de su tiempo, elaborando su sistema y desarrollando un juego que fue ganador durante varios años, hasta que se desarrollaron nuevos conceptos. Lo interesante del caso es la opinión que el gran ajedrecista tenía sobre la defensa, hasta ese momento, tal como comentamos más arriba, unánimemente despreciada: “Hablando en general, un ataque sólo tiene posibilidades de tener éxito si la posición enemiga se encuentra debilitada”.
Steinitz buscaba, en consecuencia, su desarrollo el cual, en algún momento del medio juego, permitía la explotación de una debilidad enemiga siempre presente, aunque no siempre reconocida.
De aquí deducimos la necesidad de desarrollar una habilidad esencial: conocer las debilidades en el despliegue de nuestro rival. Debilidades que siempre existen, de eso podemos estar seguros, ya que cualquier avance de las piezas no puede evitar dejar por el sólo hecho de su desarrollo una debilidad detrás. Quién avanza, siempre deja agujeros a su espalda.
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