Hay una clase de sacrificios que son famosos en el ajedrez, y que se dan sólo en las aperturas; me refiero a los “gambitos” donde se cede un peón o incluso más, para alcanzar una posición de ataque más confortable. Pero la cuestión del “sacrificio” va más allá de la apertura y se refiere a una clase de disposición mental que el jugador de negras debe tener siempre a mano. El sacrificio es una operación riesgosa, y por lo tanto, siempre ha sido asociada al juego romántico, aquel típico del siglo XIX donde retroceder era una señal de cobardía moral al que pocos jugadores se arriesgaban.
Naturalmente me estoy refiriendo a los “sacrificios verdaderos” o sea a aquellos que no están implicados en una cadena de movimientos obligados y dónde la entrega inicial se ve recuperada más adelante. Es el sacrificio real, como decía Spielmann donde el beneficio de la operación existe, en la mente del jugador, pero donde no puede determinarse si realmente al final servirá o se volverá en contra del que arriesga. Es el salto en el vacío controlado, y que lleva a un brusco reordenamiento del juego en pos de una victoria que se escapa o evitando una derrota demasiado próxima.
El jugador de negras, en la medida que parte de una posición defensiva (obligada por empezar un turno más tarde), debe tener a mano, siempre, una buena práctica de sacrificios para desmontar las operaciones de ataque de su pálido antagonista. No quiere decir que las ejecute; puede la partida seguir por derroteros posicionales y con ello es bastante; pero el recurso está allí, o debe estarlo, para provocar el cambio que nos favorezca.
Recomiendo la lectura de las partidas de Rudolf Spielmann, y si es posible, conseguir el CD dedicado a él, ya que contiene una buena síntesis de sus opiniones al respecto y de partidas jugadas que iluminan su estrategia.
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